Extraño las quejas de aquellas épocas en la que nos enojábamos por las promesas incumplidas, por haber roto el pacto electoral. Hoy existen las traiciones al electorado frente a grandes slogans o las bases de sustentación históricas de los Partidos Políticos, por lo menos en los casos de los partidos tradicionales más arraigados en el adn argentino, pero ya no existen ni siquiera las promesas, mucho menos podemos saber que piensan como programas de gobierno y sus –posibles- equipos de gobierno.

Con respecto a los (anhelados) programas de gobierno se transformaron en un problema en la desesperada carrera por el voto de la opinión publicada y de las imprecisas encuestas grabadas para teléfonos o sondeos en redes sociales reinadas por el anonimato y la irresponsabilidad; pues la carrera han entendido, “los más”, se corre por el centro para ganar. De esta forma tu identidad histórica captura un ala, pero te define, electoralmente, la masa líquida que no es, ni una cosa ni otra, aunque pretende ser algo.

Con candidatas y candidatos que ni siquiera saben a qué son candidatos, sin diagnóstico previo o siquiera conociendo la complejidad que van a asumir; con slogans que llegan incluso a no coincidir con las funciones de los cargos a los que se presentan.

La volatilidad la da la falta identificación con el ser nacional y el lugar que se ocupa en ese ser nacional, como la gran victoria del individualismo contra el comunitarismo.

Así, además, los Frentes electorales aparecen como un engendro de intereses de clases no confesables; donde todo vale para ganar menos la verdad y la representación social que conllevaría de existir. Solo de esta forma podemos explicar las idas y vueltas de nombres, familias y opositores devenidos en aliados estratégicos.

Con respecto a los equipos, como consecuencia de lo anterior, se tornan un problema para la táctica electoral, ya que los gobiernos de coalición se trasuntan en la conformación de los poderes electos y electivos, en una especie de Frankenstein, sin coherencia intrínseca.

Se reparten Ministerios, Secretarias y dependencia del estado como pago para perdedores que ayudaron, socios y socias que traicionaron y “jugaron aquí” o allá “pero al quedo”, como si la enorme responsabilidad de conducir o representar los sueños o las angustias de millones se pudieran resolver en una especie de segundo premio.

“Tengo que jugar si después quiero pedir”, ya no importa si son los y las más probos, los que más han recorrido la problemática, si representan o no a los representados, si son una parte de ellos, como diría el General Juan Domingo Perón: “Para conducir a un pueblo la primera condición es que uno haya salido del pueblo, que sienta y piense como el pueblo”.

La tan publicitada elección de un pequeño –en términos de electores- pueblo de Córdoba, deja esa enseñanza, donde el gran presente fue el ausentismo, donde correrse al centro solo dio lugar al mantenimiento del status quo, donde ganó la resignación y la apatía electoral; sobre todo para el gran movimiento político argentino, que dejo en orfandad a los y las trabajadoras, que sin expresión propia se decidió por no ir a votar.

Es que ya no alcanza con evocar épicas pasadas, y no quiero decir negar nuestra historia, sino, todo lo contrario, quiero decir que desde nuestra identidad histórica sepamos evocar nuevas épicas, movilizar e interpelar a los que, como diría Pedro Saborido: “tienen ganas de tener ganas”, con nuevas batallas, nuevas utopías, nuevos imposibles. Menos poroteo y correlación de fuerzas y más dignidad, más coraje y valentía.

Quiero alguien que Venga a Proponernos un Sueño…

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